Antes de entrar en materia, primero debemos profundizar en
la ideología sionista, por lo que primero definamos “sionismo”, ideología que
escapa a cualquier percepción preconcebida de política e incluso religión, pues
abarca ambos conceptos hasta convertirla en una verdadera arma manipuladora de
conciencias, ya que es la impulsora de la deshumanización hacia los palestinos.
Solo hagamos un ejercicio de memoria cuando atacaron Gaza la ministra de
Justicia, Ayelet Shaked, que, en el apogeo de esa guerra criminal en el verano
de 2014, infamemente escribió:
“El pueblo palestino
nos ha declarado la guerra y debemos responder con la guerra. No un operativo,
no un movimiento lento ni de baja intensidad o escalada controlada, no
destrucción de la infraestructura del terror ni asesinatos elegidos. Suficiente
con las referencias indirectas. Esta es una guerra... No es una guerra contra
el terror, tampoco una guerra contra los extremistas y ni siquiera una guerra
contra la Autoridad Palestina... Se trata de una guerra entre dos pueblos.
¿Quién es el enemigo? El pueblo palestino... ¿Qué es tan horrible acerca de
entender que todo el pueblo palestino es el enemigo? Toda guerra es entre dos
pueblos y en todas las guerras la gente que comenzó la guerra, toda esa gente,
es el enemigo... Detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres sin
los cuales no pudo participar en el terrorismo. Todos ellos son combatientes
enemigos y su sangre se derramará sobre todas sus cabezas. Ahora bien, esto
también incluye a las madres de los mártires... Ellas deben seguir a sus hijos,
nada sería más justo. Deben desaparecer, al igual que las casas físicas en las
que se plantaron las serpientes. De lo contrario, más pequeñas serpientes serán
criadas en ellas”.
Una declaración semejante, con toda la deshumanización que
implica, es una reminiscencia de innumerables ideologías (aunadas ahora en el
sionismo) dignas del nazismo alemán de la década de 1930. La noción de
"guerra total" contra todo un pueblo, entre ellos mujeres y niños no
combatientes, está realmente más allá de la simple propaganda de guerra, es la
apología del genocidio y de la limpieza étnica.
Y este es exactamente el punto: la limpieza étnica, como un
concepto y objetivo militar, eso es lo que el sionismo ha convertido a la
política del Israel moderno.
Aclarado esto, que se declare a Jerusalén como capital de
Israel es un golpe al sentido común, es asesinar la historia y sepultar la
justicia. No conformes con humillar a la población Palestina todos los días
convirtiéndolos en reos de su propia tierra, ahora los despojan de su identidad.
Es posible entonces que ¿las capitales
pertenecen a las religiones? ¿la gente que practica la religión judía de Europa
puede proclamar Jerusalén como su capital? ¿los cristianos pueden proclamar
Jerusalén también por que ahí murió Jesucristo? o ¿solo pueden reclamarla los
practicantes de la religión judía, aunque no tengan otro nexo con el lugar
aparte de la religión?
La respuesta a esas interrogantes es que han hastiado (y
confundido) con esa verborrea religiosa por la que una nación (inventada) que
con prepotencia justifica masacres, exterminio y despojo de sus tierras a sus
habitantes, por muy pueblo elegido que se considere. En nombre de Dios (su
Dios) se están cometiendo las mayores injusticias apelando a “santas
escrituras” y promesas de un “dios” (si eso no es fanatismo religioso…) para
reclamar “Derechos Históricos y divinos”. Ese pueblo que arranco lágrimas por
lo que vivió, ahora genera desprecio por sus actos.
Jerusalén es de los palestinos tal y como el Loa pertenece a
los chilenos o Bangkok a los tailandeses. Además, cuando quienes dicen que
Jerusalén no pertenece a nadie declaren que sus propios países no pertenecen a
nadie sino a todo el mundo, entonces prometemos junto al staff del hincha de
cartón solemnemente retractarnos.
Respecto a Donald Trump que podemos esperar de alguien que
fue tildado por el diario “the economist” como “políticamente inepto,
moralmente estéril y temperamentalmente impropio para el cargo”. Además, es
prudente mencionar que esta movida en el marco interno en el cual es adoptada,
pues Trump cumple su primer año en la Casa Blanca con un apoyo mínimo para
cualquier otro presidente que toca el 35%, la decisión sobre Jerusalén parece
así nacida más del trasero que de la mente. Y la consecuencia principal de esta
estupidez es que con la decisión del mandatario estadounidense puede desembocar
en que los fundamentalistas israelíes supongan que la medida sin precedentes en
70 años que adopta Washington enciende una luz verde para asumir como propio el
espacio histórico palestino, a partir del aval de nada menos que de la mayor
potencia planetaria liderada por un imbécil inmoral.
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